El Arsenal sobrevive a un torbellino

Recuerdo unas palabras de Bill Russell, entrañable genio del baloncesto que gobernó la NBA con Boston Celtics en los sesenta: "sales a jugar y hay diez jugadores, dos entrenadores, tres árbitros, 20.000 personas y una pelota. Y, al final, lo verdaderamente importante es lo que pasa con la pelota". El partido del Emirates era un hermoso pleito por esa pelota, un choque entre dos culturas de fútbol, ambas enamoradas del balón, del juego, del ataque. Arsene Wenger y su Arsenal sobrevivieron después de aprender que ante la mejor versión del Barcelona no hay debate ni polémica. El balón, y por lo tanto el fútbol, le pertenecen.

Al descanso Wenger, o su aterrada esfinge, tenía el siguiente parte de guerra: lesionado Arshavin, lesionado Gallas, descartado para el Camp Nou Cesc Fábregas tras tarjeta amarilla. Y, con todo, el francés podía considerarse un hombre afortunado. Su equipo había sobrevivido, magullado pero en pie, a una de esas exhibiciones de fútbol, raras pero excelsas, destinada a pasar a la historia si hubiera acompañado la puntería al resto de virtudes: circulación, presión, calidad, velocidad, hambre, personalidad, exquisitez.

Lo que hizo el Barcelona en los primeros 20 minutos en el Emirates Stadium fue tan brutal como poético. Brutal porque desarmó y desnudó al rival, le sometió a la privación absoluta de todas sus virtudes. Poético porque lo hizo desde su innegociable y hermoso catecismo. En ese maravilloso tramo de partido, el Barcelona de Guardiola, y es mucho decir, escribió una de sus páginas más hermosas de los últimos 19 meses. Se hizo con el balón, jugó con precisión matemática y pasión desbordada, bordó el fútbol y atacó en cada rincón del campo, robando muy arriba y rematando por tierra, mar y aire.

El balance fue el siguiente en la primera media hora: más del 70% de posesión, catorce tiros -seis entre palos- del Barcelona. En ese tramo pareciía a punto de romperse la eliminatoria, por descontado el partido. La razón: una pizca de torpeza en algún remate, dos de mala suerte en acciones a bocajarro y el resto por cuenta de un Almunia que se agigantó ante lo que era una lluvia torrencial sobre su portería. Remates de toda categoría de Xavi, Messi, Ibrahimovic, Pedro; Xavi, Messi, Ibrahimovic... el 0-0 era un milagro que se sostenía sobre un alambre. Xavi jugaba a su antojo, Messi rompía las líneas por el centro, Busquets devoraba la franja central y los laterales, primero Alves y luego también Maxwell, disfrutaban de la autopista tendida por un Arsenal mal plantado en el campo y asustado, jugando a un fútbol que no es su fútbol, encerrado alrededor de su área y sin tocar el balón. Sus únicas señales de vida, ya sin Arshavin en el campo, las dejó el trabajo del enorme Bendtner y la calidad del menudo Nasri. Señales de vida de un juguete roto, un molusco en manos de un gigante.

De Ibra a Walcott, tablas improbables

Después de probarlo todo, de intentarlo por todos los frentes en el primer tiempo, el Barcelona se encontró con el gol en la primera jugada del segundo y con uno de sus planes más residuales: balón largo de Piqué a Ibra que aprovechó la ausencia de Gallas para ganar el espacio de Song, incómodo como central, y elevar el balón con categoría por encima de un mal colocado Almunia. Si el Arsenal tenía un plan de redención, sesudo o épico, quedó en papel mojado y el partido volvió a su guión de dominio por aplastamiento del Barcelona. Entre el primer y el segundo gol de Zlatan, un cuarto de hora después y con otro gran remate ante Almunia, hubo tiempo para que Valdés se sumara a la excelencia con una parada milagrosa, de las que empiezan a ser rutina para él, ante Bendtner. El segundo gol pareció llevarse por delante todo: Arsenal, partido y eliminatoria. Pintaba a que habría, y hubo, minutos para Henry -al que el Emirates recibió en pie- y rondo del Barcelona. Y así pareció hasta que el equipo de Guardiola bajó revoluciones y apareció en el campo Walcott, el motor de una revolución absolutamente imprevista.

El Arsenal cargó por el lado de Maxwell y Walcott y se armó definitivamente cuando éste marcó el primero en tiro cruzado ante Valdés. Ahí tuvieron sus mejores minutos grada y equipo, con Fábregas enchufado, la banda derecha como centro de operaciones y Walcott como capitán general. Tras la última gran ocasión del Barcelona, de Messi antes de irse del campo, llegó la jugada crucial del desenlace de un partido tremendo: Cesc, en posible fuera de juego, se trabó con la pierna de Puyol a punto de rematar. Bussaca pitó penalti y el propio Cesc empató en un disparo en el que cayó lesionado, en el que se dejó el alma y la pierna.

El Barcelona sumó un resultado de oro a priori pero muy barato a la vista de su juego y de la ventaja, merecida e incluso escasa, que llegó a amasar. Y sin embargo se ve obligado a manejar un partido encarrilado pero peligroso en el Camp Nou, donde además no jugarán, sancionados, ni Puyol ni Piqué. El Arsenal, mientras, pasó de la tumba a la UVI, que parece poco pero que supone un algo, al menos algo, de esperanza. Tendrá que asaltar el Camp Nou y tendrá que hacerlo sin Fábregas y con más argumentos, en ataque y defensa, de los mostrados en el Emirates. Pero puede consolarse con el hecho extraño pero innegable de que la eliminatoria sigue, la Champions sigue y el fútbol, que gracias a equipos como estos puede ser así de hermoso, sigue. Siempre sigue.

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